Banzai

Yo mente todas aquellas posibilidades, escogí la más remota, una que nunca sucedería, pero aún habiendo más probabilidades del derrumbamiento de Occidente que de esta, la acune con todas mis melancolías e ilusiones. Evoqué una realidad paralela y vaga, la complejidad nunca nos habría dado la razón, pero no te imaginas cómo sonreía la criatura cuando la mecía a las noches, era tan idílica que podría haber sido un héroe eterno. En el fondo, siempre tuve la culpa, hubo entierro y yo sustituí las rosas amarillas por cartas (que nunca leerías, ni tampoco entenderías). ¿Sabes lo duro que es soltar el único recoveco de la sociedad que supero la solidez? ¿eterno? no es que me ayudaras a olvidar mi finitud, es que habría jurado bajo sangre que esta vida no fue la primera en conocerte, que habías buscado mi iris en otras, profecías atemporales. Cuando nuestras vidas convergían, hará milenios ya casi, te escribí un poema que decía que era yo la que te hacía,
“No eres tú, soy yo la que te hago. Soy el hormigueo en mi pecho de tu sonrisa, soy el oasis de tu abrazo, soy el fuego en tus labios. No eres mi mitad porque yo soy la que te hago, por eso eres tú y no es otro. […]”
al tiempo comprendí la banalidad que era: humano, huesos y tripas entremezclados. Porque no somos nada más que productos que nunca pudieron vencer a su contexto, jodidamente mortales e inútiles, somos el constructo social de todas aquellas abstracciones reales y anónimas que nos lapidan, y tú fuiste el siguiente eslabón, mi construcción psicosocial. Ana Isabel García Llorende en Teogonía decía que aquel amor [revolucionario] haría quebrar el horizonte, el mercado, a todos aquellos señores impolutos con gesto serio. Pero nunca llegamos a nada más que a prender fuego lo más cercano: el latido y con este al corazón. Y yo te lo juro, te lo juro que si mi vida tuviera precio, que me la paguen, porque nunca mentí cuando te hable de la eternidad, porque yo creí en la singularidad, en la anomalía, en la excepción que eran tus manos rozando mis lunares, tus palabras enclaustrando el miedo, tus ojos esmeraldas haciéndome participe de tu presencia, y no eramos nada más que la continuación de un mal aún mayor, creí que transformaríamos el amor, y simplemente lo materializamos, tal y como el contexto dictamina.
Eso es algo que nunca podremos olvidar. Porque no solo hubo oasis en tierras desérticas, pan entre hambruna, fe entre incredulidad, también junto con el latido que produce el miedo, me recluí en las esquinas grises, descuartice mis pies para parar el camino, lloré para ahogarme en mi naufragio. ¿Aún recuerdas el silencio intercalado entre el sonido que hace la vajilla al romperse? ¿los gritos? ¿cómo podía salir ese cántico desde aquel ser que juraba protegerme? qué feo se volvió todo manchado de ira descontrolada, como un caballo salvaje empujado al ruedo, desbocado, incorregible, la valentía que dota el rencor olvida la fragilidad del Otro.
Pude haber perdonado todo aquello si me hubieras comprendido, me comprendieras, pero aquello fue cómo pedirle a los mismos dioses que hemos creado durante milenios que nos salven de lo que también hemos creado, la mentira salvándonos de la mentira, papel mojado, agonía ignorante. No entendiste que me fuera, ni yo que te quedarás: amarme con la daga en la espalda. Pero, lo triste fue que aquella fue la única posibilidad que amamante, y no quise admitir que en el fondo estaba alimentando a un muerto que nunca había estado vivo.


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