Blanqueando la institución familiar obligatoria

No sé quién es la ingenuidad disfrazada de infancia o la sabiduría revestida de hegemonía. Si cuando el sol se esconde, y la noche conquista el horizonte, parecemos ambas dos desertoras que encontramos un mismo camino frente al fogata, ahora televisión, el cansancio del seguir. Mientras vislumbramos como prende la madera, tú me cuentas cómo nunca podrás recuperar mi infancia por un trabajo que nunca te correspondió, que te vendió, como tu les regalaste a aquellos empresarios de traje impoluto, de gesto siniestro y mirada desierta tus arrugas, así como los recuerdos que nunca tendrás y la fuerza que ya se te escapa de los callos que dibujan los ríos de tus manos. Yo te comento cómo cedí parte de mi juventud en rescatar libros y teorías que a los años comprendí, cómo transforme mis ojos en mirillas del calibre 7'62 mm, sé lo que te esta pasando, Dios no corta aquí el bacalao y  la solución no tiene manos, sino la subjetividad que nunca habremos visto en ellos, que también son nosotros.

No sé quién es joven, o quién mayor de ambas. Hay días que te canto cuentos para arroparte en el consuelo. U otros en los cuales tú eres timón, mi corta existencia sufre parálisis y me veo conquistando imperios sin arma, pero me cuentas sin palabras, cómo el cariño cicatriza heridas del alma.

Por eso, hay días que no sé, si te hablo a ti, o me hablo a mí, al fin y al cabo compartimos la misma herencia biológica, pero en la herencia no solo están los huesos y la carne, me repito, está el consuelo de morir contigo.

Maite zaitut ama, tú eres mi tótem amarillo.

Comentarios