El desdoblamiento interno entre la inconsciencia y la conciencia.
Me hablo en lenguas muertas,
con las 7 plagas,
epicentros de terremotos en mis manos,
diluvios universales en las cuencas,
el silencio ahogando el pecho,
vigilias con noches inmortales,
y me digo,
háblame,
no sé desencriptarme,
cuéntame,
qué dolor es este,
de todos los que tu ostentas,
como un rico usurero,
que nunca quiso soltar ni un penique.
Cuál es tu dolor.
Y cansada de oir mi eco,
fui al oráculo,
el que alberga el monopolio de conocimiento,
sin cruzar palabra,
me abrió el pecho antes que pestañeara,
y me mostró mi corazón.
Entonces lo supe
abrazando a mi contradicción.
Le decía a Dios cómo había traficado con mis iris de azul radiactivo, azul heisenberg. Les vendía a ellos la vulnerabilidad del llanto por nuevos colores de esta escala cromática. Ellos con aires de Sultán, sin resbalarse la corona me lo cedían, con sus manos duras y astillosas, yo expandía mis pliegues para que me llegará directo al latido. Pero nunca supieron que por cada color veía nuevas figuras, las quimeras de mi cuerpo me hablaban, cuando la lucidez me despertaba alcanzaba el monopolio del conocimiento. Y la deidad me respondía con la tranquilidad insurgente de quién evapora el miedo para acunar la verdad.
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